sábado, 12 de enero de 2019

I'm in love with the shape of me

Vendidas.

Las mujeres, no importa la edad, nacemos, vivimos y morimos vendidas.

Vendidas a la esclavitud de lo que se supone que debemos ser: bellas.
Pero bellas según la concepción que la otra mitad de la humanidad ha creado para nosotras.

Gracias. Un detalle.

Y como ese indicador de belleza exterior varía, según épocas, según modas... Pues nosotras nunca jamás somos el prototipo que deberíamos ser. Y nunca jamás nos amamos.

Desde pequeñas se nos enseña a odiar nuestro físico. De manera muy sutil, eso sí. A través de la publicidad o, incluso, de comentarios en el seno de nuestras familias y círculos de amistades.

Desde niñas somos princesas y señoritas. Delicadas, dulces, frágiles. De rasgos físicos finos. 

Ah, que no. Que no siempre es así. No os preocupéis, ya tenemos al gran mercado de la cosmética que, desde que somos unas crías, nos vende todo tipo de remedios para conseguir que así sea.

Siempre lindas. Siempre perfectas. Siempre perfectas para ser deseadas. Siempre listas para gustar. 

Nunca para gustarNOS.

Demasiado delgadas.
Demasiado gordas.
Demasiado bajas.
Demasiado altas.
Con estrías.
Con celulitis.
Con pocas tetas.
Con mucho culo.
De cuerpo sí, pero de cara no. Como las gambas.
De cara sí, pero de cuerpo no. Una pena.

Y esto deriva en lo de siempre: conozco a muy pocas mujeres que se amen como son, sin más. Que no se saquen pegas o defectos. Que no quieran adelgazar.
Conozco muy pocas mujeres a las que su cuerpo les guste sin ningún cambio. Simplemente porque es suyo. Porque es un cuerpo femenino. Porque está sano y la salud es bella.

Dieta. Operaciones. Productos milagrosos. Gimnasio por obligación. Hay que estar buenas, chicas. Hay que ser comestibles. Porque nuestro verdadero valor reside en la carne. Como en el mercado. Al peso.

Ojalá desde bien pequeñas nos enseñaran a mirarnos cada día al espejo y vernos con ojos de amar.
Ojalá desde bien niñas nos obligaran a mirarnos cada mañana y decirle al reflejo que vemos delante: Eres bella así como eres. Porque eres única. Y eso es lo que te hace especial y valiosa.
Sin medidas estipuladas.
Porque no somos androides creados en una fábrica de trabajo en cadena.
Somos humanas. Producto de la genética. Exactamente igual que cualquier hombre.

Y, ojo, que gustarse no está reñido con querer vestirse de una manera u otra. Ni con maquillarse o hacerse el pino puente en la melena. No desvirtuemos.

Gustarse tiene que ver con saber quererse. Con hacer las cosas por una misma y no por el qué dirán de mí.

Gustarse es aprender a amar cada centímetro de nuestra piel y vivir a gusto en ella. Y saber que somos afortunadas por esa piel, por ese cuerpo, y porque estamos sanas. Y aceptar que el cuerpo cambia porque los años pasan, y eso es síntoma de ESTAR VIVAS.

Aunque tu cuerpo sea más delgado, más gordo, menos curvilíneo, menos fibroso, más flácido o no cumpla con las medidas que algún creador de mujeres androide marcó un buen día con gusto para nosotras: 90-60-90. ¿Se puede ser más gilipollas?

Es una guarra. Es una calentorra. Se tira a todo lo que se mueve. Está para darle por todas partes. Y demás piropos que te llueven cuando te gustas sin peros, muestras seguridad en ti y, además, usas tu sexualidad de manera natural y sin complejos. 

Tenéis razón. Una mujer nunca debería sentirse lo suficientemente segura como para encantarse sin más, y por ende, para no depender de lo que quiera hacer un hombre con ella para que su autoestima sea la correcta.

¿Sabéis cuál es el verdadero problema? Que hagamos lo que hagamos, sintamos lo que sintamos y creamos lo que creamos... Nunca será lo correcto. Y si alguien puede cambiar eso somos nosotras.

El mundo se ha creado para que nos juzguemos duramente. Para que nos cueste casi toda una vida amarnos sin más (¡bendita "no-crisis" de los 40!). 

El mundo gira para que, al menor signo de sublevación intrapersonal, nos caiga encima una bomba de culpabilidad que se cargue nuestro avance en un visto y no visto.

BASTA YA.

Yo me quiero. Yo me gusto. Yo me amo.

Y exijo al mundo que no me haga arrepentirme por ello. 

Ni a mí ni al resto de mujeres que lo habitamos.

La belleza de una mujer radica en su seguridad. 

El valor de una mujer es absoluto. Sin condiciones. Y sin medidas perfectas. 

Porque LA PERFECCIÓN NO EXISTE.

Gracias al universo.

(Si has leído esto, no amas tu cuerpo al 100% y compartes lo que dice el contenido del texto... Prométeme que vas a mirarte cada día al espejo y a decirte lo bella que eres y la suerte que tienes de ser exactamente así.)

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