domingo, 27 de mayo de 2018

¿Y la familia bien?

Me parece una respuesta bastante correcta para depende qué comentarios a destiempo.
Comentarios de estos que normalmente sólo recibimos una parte de la población: las féminas y olé.
No, no, sigue leyendo. Hoy no hablo de minifaldas. ¿O sí?

- ¡Uuuuy! Estás más rellenita, ¿no?
- ¿Y la familia bien?

- Y tú... ¿Para cuándo? Que se te va a pasar el arroz.
- ¿Y la familia bien?

- ¡Uf! Te has quedado muy delgadita, ¿no?
- ¿Y la familia bien?

- Ese vestido es muy corto, ¿eh?
- ¿La familia bien?

- ¿Y aún le das pecho? vs. ¿Le das biberón? - ¿Y la familia bien?

¿Os dais cuenta de que todos los juicios de valor, sea la temática que sea, sólo se nos hacen a nosotras?

Yo no conozco, así a bote pronto, a ningún hombre al que, de normal, se le juzguen sus michelines o la ausencia de ellos, su vestimenta, su instinto paternal o la ausencia de él, su manera de criar churumbeles si los tiene... No. ¿Vosotros o vosotras tenéis alguno en mente así sin pensar demasiado? Tampoco. Vale. 

La sociedad es patriarcal. Eso es un hecho. Y dentro de ese hecho existe el que nos ocupa en este momento: a las mujeres se nos juzga y es lo normal. Se nos juzga y prejuzga todo. Y es algo que tenemos tan normalizado que no nos extraña, es más, nosotras también lo hacemos, y mucho. Opinamos sobre la manera de vestir, moverse, interactuar y hacer de otras mujeres, no así tanto de los hombres. Somos las primeras en "alegrarle" el día a Menganita diciéndole que se ha puesto jamona mientras sonreímos, o por el contrario haciéndole ver que creemos que está enferma porque ha adelgazado. O comentando con la de al lado la cantidad de pierna que enseña o deja de enseñar. ¡Venga ya!

Y todo esto es porque desde el tiempo de Mari Castaña, el cuerpo de la mujer y su persona, han sido susceptibles de la opinión ajena (y masculina) como quien opina de la proa de un barco.

- ¿Y la familia bien?

Quiero tener los ovarios de contestar eso la próxima vez que alguien, 99% fémina, me comente sobre mi aspecto físico o lo que llevo puesto sin que yo le haya preguntado. Pero no estoy segura de tener las narices de hacerlo. Aunque mi interlocutora sí las tenga de hacer su comentario sin tapujos, aunque yo no le haya pedido que me la dé.

Porque aquí está la cuestión: Si no nos preguntan la opinión, se me ocurre que, igual, existe la remota posibilidad de que NO LA QUIERAN.

No somos todo lo conscientes que deberíamos ser con este tema, al menos a mi modo de ver. Algunas, o muchas, de nosotras somos madres. Madres de hijas que, si esto no se corta, en menos que canta un gallo estarán mirándose al espejo más preocupadas por el tamaño de sus caderas que por su nivel de triglicéridos en sangre. Es decir, angustiadas por el exterior sin apreciar que, sea cual sea su forma, lo que importa es su salud. 

Tenemos unas hijas que están creciendo rodeadas del culto al cuerpo, acostumbradas a comentarios sobre la delgadez, la gordura o la ropa de otras mujeres, sus madres. Escuchando la palabra DIETA más de la cuenta. Hijas que ven normal que sus madres se vuelvan locas dos meses antes del verano con la puñetera OPERACIÓN BIKINI, y aprendiendo que el deporte no se hace por salud, placer o desconexión, sino por pura estética.

Tenemos unos hijos que también están escuchando todo eso y que están creciendo con el mensaje equivocado: La estética (y figura) de la mujer es juzgable. La del hombre no. 

Yo ya me he encargado de que ni mi hija ni mi hijo hayan escuchado "dieta" u "operación bikini" en casa, que me vean hacer deporte porque lo disfruto y necesito para desconectar. Pero no puedo controlar lo que oyen fuera o lo que escuchan aquí cuando estamos con más gente. Tampoco puedo impedir que estén o no presentes cada vez que alguna mujer, con la indiscreción que caracteriza esos momentos, en vez de comentarme sobre su propio cuerpo, comente sobre el mío delante de ellos. Como si no hubiera más temas de los que hablar. Como si lo normal, tristemente, fuera comentar sobre algo tan superficial como el peso de tu interlocutora. Para eso, majas, hablemos de un clásico: el tiempo.

Siempre es sobre las mujeres. Siempre dando latigazos sobre nuestra autoestima, nuestro autoconcepto y, en general, nuestra condición de personas.

Empecemos nosotras por desmontar lo institucionalizado. Dejemos de opinar alegremente sin pensar en las consecuencias de nuestros comentarios. Y empecemos también a querernos, no más, sino mejor. Intentemos acabar con complejos absurdos marcados por cánones y modas. Que la perfección no existe, gracias al cielo. Y las normas sobre cómo vestir y cuánto pesar tampoco. No se lo digáis a nadie pero... ¡Son un invento del patriarcado!

Empecemos, de una vez, a preguntar diferente.

- ¿Y la familia bien?

(Por cierto, libro totalmente recomendado: MORDER LA MANZANA de Leticia Dolera. Verdades como puños, sin cursilerías, pero con mucho fundamento.)

domingo, 20 de mayo de 2018

Por si las olas...

Adentrarte sin miedo en lo que haces.

Como cuando entras en el mar y el agua está fría pero quieres sentirla.

A veces, sopesar las cosas demasiado mata la iniciativa y mueren las ganas.

El miedo paraliza la mente.

La pasión mueve montañas.

El mar es como la vida.

Sus olas acarician. A veces te empujan con fuerza pero llegas a levantarte; y otras, te hieren para siempre.

Por eso me gusta el mar. Porque aunque salvaje e indómito, es cálido en el tacto, como la lluvia con sol, y su mano entumece y atonta los sentidos.

La vida lo hace. Te tiene en lo más alto, te acuna, te adormece, y de pronto te deja en caída libre, para ver si reaccionas.

Adentrarte sin dudas en lo que haces.

Hacer lo que realmente te apetece.

Sentir intensamente el calor o el frío dentro tuyo.

Cambiar el tener que hacer por querer hacer.

SENTIR. SENTIR. SENTIR. SENTIR.

A pesar de las olas que te rugen en la cara.

A pesar de las olas que se empeñan en bailarte el alma.

VIVIR. VIVIR. VIVIR. VIVIR.

Con todo lo que eso conlleva: El frío, el miedo, las dudas, los imprevistos, las contradicciones, las corrientes eléctricas inesperadas, las sacudidas emocionales y las eternas circunstancias.

Adentrarte sin miedo en el frío mar. 

Sentir las olas contra tu piel. 

Vivir el día. Al día. 

Por si las olas...