miércoles, 28 de noviembre de 2018

Degradé perfecto

Aunque cueste a veces... Siempre, siempre, siempre, hay un motivo por el que sonreír, por el que continuar caminando, por el que seguir luchando.

Lo que nos pasa es que estamos tan acomodados en nuestra tranquilidad rutinaria, en nuestra vida por reflejos, en nuestro castillito de naipes, que cualquier contratiempo, incluso cualquier emoción fuera de tiesto, nos descoloca tanto que nos mata porque no entra dentro del planazo que nos habíamos montado. Y como, además, no hay dos sin tres y suelen venir de golpe y en grupo, nos desesperamos ante el montón que nos viene encima, y dejamos de ver la luz en el horizonte. 

Fundido a negro.

Pero siempre, siempre hay un motivo por el que sonreír.

Y aunque suene a utopía, a típico tópico, a demagogia barata o discurso de cualquier gurú... ¿Vives? Puedes sonreír. ¿Tienes hijos o hijas y están vivos, y sanos? Puedes sonreír. ¿Tienes cerca, y no hablo de distancia física, a tus padres? Puedes sonreír. ¿Duermes bajo un techo cada día, aunque te dejes el sueldo en pagarlo? Puedes sonreír. ¿Tienes qué comer y con qué alimentar a los tuyos? Puedes sonreír. ¿Tienes acceso a médicos y hospitales? Puedes sonreír.

No hay más. 

No hay fundido a negro eterno. 

Y sí. Tenemos derecho a la pataleta. 

Pero también el deber de ser conscientes de la puñetera suerte que tenemos por estar donde estamos y ser quienes somos.

Cuando estamos hundidos en la miseria, o eso es lo que cree nuestra "Drama Queen" interna, hay algo poderoso en un gesto súper sencillo: forzar una sonrisa y enumerar poco a poco todas esas personas, cosas o circunstancias que nos hacen sentir bien... Funciona.

Porque siempre, siempre hay un motivo por el que sonreír.

De negro a gris.

De gris a blanco.

De blanco a LUZ.

Degradé perfecto.

Y, entonces, volvemos a darnos de bruces con el motivo para sonreír, con la razón para seguir caminando y con la fuerza para continuar soñando grande.


No hay comentarios:

Publicar un comentario