Cuando dos personas cruzan su mirada se crea entre ellas todo un mundo de comunicación que sólo puede interpretarse desde el interior de sus iris. Y los demás, sobran.
A veces, el mensaje que contienen sus pupilas es el mismo. La comunicación es directa. Sin interferencias. Sin ruido. Y se crea la magia.
Otras, muchas, mientras uno transmite una señal, el otro se inventa un código nuevo y, entonces, hay tanta interferencia y tanto desorden en el mensaje que la posibilidad remota de haberse entendido se pierde para siempre. Y quién sabe si, quizás, hubieran sido perfectos el uno para el otro. Sólo era cuestión de códigos. O quizás de momentos. O de meras coincidencias.
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